Con el CIA Perú, 1990, El espía innoble, edición Estruendomudo (2017), Alejandro Neyra continúa con la saga de novelas de un género híbrido (diría yo) entre el espionaje, la remembranza y el toque de humor – tendencia iniciada con CIA Perú, 1985, Una novela de espías y luego, CIA Perú, 1986, El espía sentimental. Por ahora no tengo información de que el autor continúe con este proyecto o que – como suele suceder – con esta novela cierre su trilogía para partir en busca de nuevos rumbos literarios.
He leído las dos novelas anteriores mencionadas conforme fueron apareciendo. En el primer caso, por la curiosidad de conocer un título que había ganado el Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro; luego busqué su siguiente trabajo ya por la voluntad de seguir la evolución narrativa de Alejandro. En el camino tuve la oportunidad de conocerlo y de entablar una cordial, aunque serena amistad. Una amable persona, un eficiente diplomático y, lo más importante en este caso, un escritor que iba consolidando su narrativa rápidamente.
En conjunto, sus tres novelas cogen épocas dramáticas de nuestra reciente historia (que abarca mediados de los ochenta y, llega, con esta última, a la década de los noventa, principalmente al tiempo de apogeo del tenebroso Vladimiro Montesinos). En las tres historias, aparece un personaje arquetipo del espía internacional, Malko Linge, que funciona como uno de los ejes para que la historia discurra. De otro lado, también es fundamental la presencia de un diplomático, novato en principio, pero que va madurando y endureciéndose a lo largo de la saga. Sobre estos rieles narrativos es por donde, el autor, puede desplazar a los personajes trascendentes que justifican las tres novelas. Personajes tomados de la realidad, aciagos representantes de la azarosa vida política del país, así como algunos dirigentes siniestros que promovieron la encarnizada violencia subversiva que se vivió en nuestro país entre esas décadas. En la primera, el asunto gira en torno a al tenebroso Abimael Guzmán; en la segunda entra a tallar Alan García Pérez; y en esta reciente, el sórdido Vladimiro Montesinos.
Sin embargo, no se piense que en las novelas de Alejandro Neyra hay un muestrario objetivo y dramático de esas décadas, es decir, un relato embebido de datos trágicos y naturalistas de nuestra sociedad. Las novelas de Neyra, por el contrario, se valen de recursos novedosos como el humor, un lugar poco frecuentado, cuando no evadido por la narrativa peruana, al menos para estos casos, me parece; aunque, eso sí, es un humor, al menos gris, que por momentos deja una mueca agridulce cuando propone rememorar aquellos difíciles momentos.
De otro lado, el recurso de usar un espía – casi un sofisticado agente internacional, pero pincelado con un toque de humor – le permite a la trilogía de Alejandro narrarnos muchos de esos graves momentos desde un tono menos angustiado. ¿Funciona? Yo creo que sí, aunque, por lo que entiendo, no todos lo creen así. En sus novelas hay casos de espionaje, operativos internacionales, encuentros inauditos, enamoramientos con personajes casi míticos como la camarada Norah, secuestros y conciliábulos que rayan lo fantástico. No obstante, no hay que olvidar que lo que escribe Alejandro es ficción y que, en este sentido, la literatura tiene la facultad de tomarse libertades para que los engranajes de la historia funcionen de acuerdo con la propuesta narrativa del autor. Si más allá de la novela, hay puntos de vista particulares para con los acontecimientos reales, es un asunto que no debería influir en la valoración de una obra de ficción.
Ahora bien, lo que si debo subrayar – desde mi modesto punto de vista – es que la narrativa de Alejandro ha ido superándose a buen paso. Luego de leer su reciente novela, puedo dar fe de ello. Si bien en sus tres novelas, el tono y las estrategias, de algún modo, se repiten, en esta última se nota un pulso más firme.
En el Espía innoble, el país llega a los noventa luego de haber sobrevivido a la hecatombe de económica y social de la década anterior. Pero, como dice el espía Linge: “El Perú siempre es distinto a lo que imaginamos”, y nuestra historia perpetuamente nos tiene preparado un giro inusitado. Ese giro fue el triunfo de Alberto Fujimori, quien contra todo pronóstico inicial, ganó las elecciones y llevó al Perú a un escenario inusitado y, otra vez, a un paso más cerca de la tragedia. Y para completar el escenario, apareció la figura de Vladimiro Montesinos quien llevó la política y la confabulación interna a nuevos e insólitos espacios. Es en ese contexto sorpresivo en donde reaparecen tanto el diplomático como el espía Malko Linge: en ambos se nota el transcurrir del tiempo y el desánimo por el futuro del país. Una vez más, el amigo diplomático tendrá que acompañar a Malko Linge en sus indagaciones – ahora camuflado como diplomático – para descubrir las verdaderas intenciones del empoderado Vladimiro Montesinos. ¿Es tan solo un asesor de segunda que busca coordinar con la CIA y quedar bien con el presidente Fujimori? O, por el contario, ¿un siniestro personaje que tiene su propio juego?
Como ya dije, esta última entrega literaria me ha convencido mucho más, me ha dejado la impresión de una narración más sólida. Aun cuando por momentos, sentí que los prolegómenos a la aparición del personaje principal estaban demorando demasiado. Entiendo que fue por la necesidad de presentar un escenario lo suficientemente detallado como para explicar por qué un maquiavélico ser como Montesinos pudo almacenar tanto poder.
Hay algo que quiero agregar a esta reseña y opinión antes de terminar. Algo que tienen que ver con la manera cómo se puede presentar la visión de un país en crisis y decadencia con una comparación de escenarios. Cuando el diplomático regresa al Perú, tiene guardada en la memoria su etapa de representante en la República de Zimbabue, un país pobre, también carcomido por la corrupción, la violencia y la pobreza. En la memoria del diplomático no podía haber cuadro más claro sobre la decadencia. Sin embargo, cuando arriba al Perú de esa época dice:
“Y es que releo lo que escribí sobre Zimbabue y es imposible que no sienta hasta cierto orgullo solo por el hecho de haber sobrevivido. El día a día no solo era una constante lucha contra la burocracia incomprensible, la corrupción de los funcionarios leales a Mugabe y la imposibilidad de comunicarme con nadie el Lima, sino una lucha conmigo mismo por tratar de convencerme de que aquel puesto era una contribución real y verdadera a esa entelequia que es el Perú y que yo mismo no sabía explicar cómo era a las gentes de Zimbabue. ¿Qué es el Perú? ¿Qué somos los peruanos? Y yo allí, en un país que siendo tan distinto era a la vez tan parecido, tratando de no perder la calma y la esperanza, alegrándome por cada pequeña noticia que llegaba desde el otro lado del mundo, donde el Perú avanzaba cada día hacia el caos…”
Me alegra de haber leído la reciente novela de Alejandro Neyra y espero, con ansias, sus nuevas propuestas narrativas.